sábado, 28 de abril de 2007

El equilibrista



“Y Hamlet no era príncipe, era equilibrista de circo, de un circo pobre, y en su diaria caminata sobre la nada cogía a Yorick con su mano izquierda, mientras que en la derecha cargaba con el vestigio de su propia tragedia. Y Hamlet, que no era príncipe sino que artista de circo, de un circo pobre, miraba hacia abajo, en dirección de los rostros casi ausentes de su público expectante, aquella muchedumbre tan seductora como traicionera, que se masturbaba con la sucia idea de que se hiciera mierda contra el piso.
Y Hamlet, que no recibía paga alguna por sacrificarse diariamente en favor de esa gente ociosa, privada de entretenerse por orden del rey Claudio, se decía: estoy solo y el camino es largo pero vale la pena recorrerlo.
Y Hamlet que no era Hamlet sino que una mala copia de sí mismo, transitaba sin miedo alguno sobre la floja cuerda que cuelga en el destino, mientras, al final del recorrido, Laertes sonreía, sospechosamente, al tibio compás de una tijera de cortar césped.

Todos los días pasan, todos los momentos llegan, todas las horas se van


Y aunque a veces me acuerdo de ella,
dibujé su cara en la pared,
solamente muero lo Domingos,
y los Lunes ya me siento bien
.


La conocí en el verano del 94, en los tiempos de la cruz, la hermandad sin fines de lucro, los últimos meses del gobierno del Pato Aylwin y el teatro en plena maduración creativa. Corrían los tiempos en que creíamos, definitivamente, que el mundo ya no sería el mismo después de nosotros. Eran los tiempos en que todas las micros pasaban por plaza Italia, y lo peor de todo, todas, absolutamente todas, nos dejaban en Maipú.
Entonces mi ímpetu misionero de aquellas lejanas épocas cristianas, llevaron a mis piecesitos de niño, muy azulosos de frío, a la cuarta parte de un país sin nombre.
Ahí, en esa dimensión desconocida, donde me encontré con otras tribus iguales a la mía, antes que mis amigos engordaran, mucho antes de que todos mis héroes se cayeran, ahí, mientras caminaba cual vagabundo extasiado en la ciudad invisible, llegaron a mis oídos los sones de uno de los inagotables temas de Silvio, no puedo recordar cual era, pero me gusta suponer que alguien tarareaba “te doy una canción y digo patria, y sigo hablando para ti”, pero te mentiría si asegurara tan breve convicción.
En ese instante de acomodo a la virtual fogata, me vi prisionero de los morenos ojos de una hechicera encantadora, la más hermosa de la cual se haya escrito en los libros de historia, tan hermosa que ni siquiera los dioses arcanos, en toda su grandeza, pudieron haber sido capaces de crear. Estoy seguro que nunca, nada de lo que vi, nada de lo que escuché, nada ni nadie del repertorio de mis recuerdos, podrá superar a un ser tan perfectamente conspirado con la ternura.
¿Has visto cuando al coyote le caen yunques por toneladas sobre su cabeza de dibujo animado?, algo así fue lo que le pasó a este aprendiz de coyote, el cielo se abrió y cayeron infinitos yunques sobre el nido de mi cerebro, infectando a mi corazón de una hermosa sensación de angustia, que me acompañaría por siempre, incluso hasta este minuto, en el cual la dictadura de mi corazón se ha tomado el poder de mi organismo, obligándome a escribir estas palabras.
Fue ahí donde comenzó a fraguarse la arquitectura de lo que soy, de todo lo que soy. La quise, me quiso, la amé, aunque nunca supe con certeza si ella también me amó. Y buscaba el momento de tenerla ante mis ojos, con mis ojos bastaba, no necesitaba nada más, sólo requería fijarla en mi mente, para no olvidarla, para que no se me escaparan los detalles de su belleza, y la capturé, la apresé y le regalé mi alma al silencio y a las imágenes de mi mundo interno.
Tiempo más tarde las letras de cartas de cariño colectivo, me servirían de puente para llegar a la princesa, entre esas líneas escondía el secreto amor que le profesaba, con eso bastaba, con la deseosa espera de que las significaciones profundas le musitaran que la amaba, que la quería, que era todo lo que había soñado, que era la esfinge que mis manos habían esculpido con la fuerza de la paciencia. Y el reloj, en complicidad con el calendario, hicieron su pega, y en una noche sureña, en la penumbra que, mezquinamente, nos fiaba un calefón de medio pelo, me dijo que me quería. ¿Has visto cuando al coyote le revienta en la cara un misil que perseguía al correcaminos? ¿Has sentido alguna vez, en tu oído izquierdo, el susurro de lo que siempre imaginaste que alguien te dijera?, la única forma de poder explicártelo sería posible si hubiese congelado ese minuto para exponerlo en el museo de las maravillas de la existencia, pero me lo guardé, me lo dejé para mí, lo escondí del mundo para que nadie me lo quitara. Y me enamoré, me enamoré hasta las patas, y volqué la sustancia de mi pensamiento hacia ella, todo lo que hacía, todo lo que decía surgía desde de mi amor hacia ella, ¿has visto que el sentido de la vida del coyote tiene como única meta capturar a una escurridiza ave?
Yo pude, yo atrapé al objeto de mi deseo y por un instante fui el protagonista de una de esas historias de amor, que nutren la cartelera de los espectáculos y que sirven para que los hueones ilusos pensemos que el amor eterno existe, que es absolutamente posible respirar en la boca de tu alma gemela. Y fui feliz sin mayores adjetivos ni adornos, feliz en toda la grandeza de esa breve palabra.
Entonces, en la imprevisión que nos da la felicidad, el gran yunque que te sigue desde el cielo para dejarse caer en el momento más inesperado, me alcanzó y me hizo mierda el corazoncito, el terrible dictamen de la hechicera de los ojos morenos, determinaba que el partido debía concluir por desigualdad en la experiencia de los jugadores, estábamos en tiempos distintos, y no era justo que este coyote de largos trechos recorridos quisiera descansar al lado de ella, cuando aún le faltaba vida por vivir. Y me obligó a que la dejara, y la dejé, al menos físicamente, la dejé por que ella me lo pidió, la dejé para que sus zapatos se llenaran de polvo, para que su piel sirviera de lienzo para las cicatrices de lo venidero y para que su alma se llenara del amor que yo no pude darle.
Con los años, y en mi negación del olvido, fugaces encuentros se encargaban de soplar sobre las cenizas de mis sentimientos, hasta que otra vez el despiadado yunque me rematara el cucharón en la soledad de un valle misterioso, la hechicera encantadora de morenos ojos escribía con letras de fuego en algún fragmento de mi memoria que este coyote, ya era una prueba superada, una hoja dada vuelta cien veces en el libro de su vida, un pelo de una cola que ya había cambiado todo su pelaje, pobre coyote condenado a fracasar por culpa de un caricaturista demente.
Y bajé la colina para continuar mi viaje hacia los puertos grises, esperando que los días pasaran, que las horas se fueran, después de todo estaba tan lleno de amor que debía depositarlo en algún lugar, me prometí seguir viviendo, al máximo, a concho, aprovechando todos los momentos que llegaban a mi vida para arrepentirme de las cosas que hice y no de las que dejé de hacer, me inventé una nueva sonrisa y me embarqué en la esencia de los años.
Hace muy poco me la topé, me la topé siendo la misma hermosa mujer de siempre, me la topé siendo la misma hermosa mujer que, yo, nunca había dejado de soñar. Y las emociones le recordaron a mi corazón que tenía memoria, que no había ni perdón, ni olvido, que lo mejor de nuestro pasado nos hace ser seres mejores, nos hace querer ser seres mejores. Y fue entonces que las bromas pesadas de la vida, o las enredosas señales divinas, nos hicieron estar frente a frente, nuevamente, a este humilde servidor y la susodicha dama.
Y comencé a escribir esta historia, que he arrastrado desde entonces, no sé si quiero que se acabe, no sé si quiero que no termine, en realidad todo está en penumbra, como aquella que alguna vez me fió un calefón de medio pelo en una noche sureña.
No tengo un final claro para este relato, en toda la omnisciencia que la literatura me regala, no puedo, no sé que final ponerle a esta historia. Hace tanto tiempo que mis historias no terminan. Hace tanto tiempo que no sé como estoy. Sólo he tenido la leve sospecha de que a veces viajo por el infierno, y otras tantas tengo la certeza de que mi perra vida ha sido, definitivamente, increíble, muy increíble. Y lo peor de todo es que...
…cada vez, se pone mejor.

Después de todo, la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes y los amores cobardes no llegan ni a amores ni a historias, se quedan allí. Y por lo menos yo, en mi calidad de coyote, siento el deber de seguir nadando sobre el espíritu de las aventuras. Total, a esta altura del partido los yunques voladores cada vez duelen menos, casi nada.
Te regalo el final, te regalo la llave, escríbelo como quieras, úsala para abrir o cerrar las puertas, yo, ya no sirvo para eso, sólo soy útil para generar interrogantes más que para entregar respuestas.

miércoles, 11 de abril de 2007

el amigo

El amigo del amigo de un amigo mío, le dijo un día a su amigo, amigo de mi amigo que quería ser presidente, entonces el amigo del amigo de un amigo mío, que no era amigo del amigo de un amigo del amigo del amigo mío, le contestó que no había problema, que en este País cualquier persona podía ser presidente, eso sí, para lograrlo había que tener mucho dinero o muchos amigos, y el amigo del amigo de un amigo mío le contestó con la cara llena de risa que el no tenía dinero, pero sí muchos amigos.
Lo que no sabe el amigo del amigo de un amigo mío es que nadie lo considera su amigo y que sólo lo pescamos porque cree que es el amigo del amigo de un amigo mío. (Ese sí que es longi)